miércoles, 15 de abril de 2015

¡¡DAMAS Y CABALLEROS!! ¡¡EL CIRCO!!

El maestro de ceremonias levantó su chistera al grito de: ¡¡Que empiece la función!!
La orquesta, con su director puesto en pie atacó esos primeros compases, que una y mil veces habíamos escuchado y todavía conseguían encender el brillo de todas las miradas pendientes de la pista. Los focos resaltaron el fieltro rojo de cuyos extremos empezaron a salir, como si se tratara de la recta final de una larga etapa en la que la velocidad era lo único importante, dos pelotones de monociclistas girando y cruzándose vertiginosamente entre ellos, al tiempo que un grupo de acróbatas hacía su aparición por el centro del grueso telón de fondo. Con sus coloridos trajes, las piruetas, saltos, dobles, triples y tirabuzones, resultaban imposibles de seguir con la mirada que se confundía con el fulgor de los tragafuegos que, como dragones hambrientos, lanzaban zigzagueantes llamaradas entre las patas de un tropel de caballería, enjaezada hasta los ollares, sobre el que las equilibristas amazonas cabalgaban con inverosímiles posturas, esquivando varios grupos de imparables malabaristas y antipodistas que enviaban y recogían con manos y pies una incontable variedad de mazas, aros machetes, diábolos y platos chinos. Y entre ellos, cruzaban como saetas imposibles los afilados cuchillos de dos lanzadores, con los ojos vendados, que se habían situado enfrentados en el perímetro de la pista, consiguiendo perfilar milimétricamente la figura de la muchacha que el contrario tenía a su espalda, sin importarles las contorsiones de la docena de payasos que, tras cada grotesca bofetada, llenaban de confuso color con sus llamativos trajes contrastando con las definidas rayas que, obedientes al golpe del látigo, presentaba una manda de tigres al tiempo que con un suave trote escoltaban al enorme elefante, cuya trompa cogió con suavidad de serpiente a una bella trapecista salida de la negra chistera del mago para acercarla hasta una escalera de cuerda que no tardó en concluir, añadiendo al imparable festival su balanceo en un trapecio sin red y, tras besar el cielo de la carpa, desentendió sus manos del balancín realizando un triple mortal iluminado por un nuevo foco azul que la hizo volar libre entre el griterío de admiración de un público desbordado por el espectáculo. Estiró sus brazos y un portor disparado por un cañón que atronó las gradas, consiguió asirla en el mismo instante en que con sus piernas se sujetaba a un segundo columpio, liberado por uno de los niños, el izquierdo, situado en el extremo de la barra de equilibrio de un funambulista que cruzaba sobre el alambre la perpendicular de la trayectoria que dibujaba un rayo de luz sobre el que, con una indescifrable estabilidad, giraba el tutú de una grácil bailarina rodeada de cisnes blancos y envuelta en una nebulosa de pompas de jabón que parecían ascender brotando del mango de las espadas clavadas hasta las entrañas en dos faquires levitantes a escasos centímetros de sus respectivas camas de puntas afiladas, portadas sobre el lomo de dos panteras negras empeñadas en seguir las estelas que una infinidad de rayos láser trazaban en la arena, apenas visible, en aquella gran pista convertida en una plataforma pirotécnica empeñada en elevar doradas palmeras que, al caer, centelleaban sobre las cabezas de los asombrados espectadores, entre los cuales, parte del elenco se había camuflado para lanzar caramelos brillantes que explotaban en el aire convertidos en palomas cuyo blanco aleteo no conseguía confundir el vuelo de unos saltimbanquis que, a media altura del espectacular conjunto, tras saltar sobre sus lonas elásticas, entrecruzaban sus cuerpos, confusos por los destellos de las lentejuelas de sus trajes, sin que nadie de la hipnotizada audiencia acertara a saber con cuantas piernas y brazos ajenos aterrizaban despareciendo dentro del cesto del encantador de cobras asiáticas que asomaban la parte más peligrosa de su naturaleza bailando al ritmo de la orquesta.
            Y de repente, oscuridad y silencio absolutos. Bajo la cúpula de lona sólo el chirrido de las cervicales de algunos espectadores intentando conservar la presencia, en esa tiniebla súbita, de quien tenían a su lado. El miedo a la soledad acompañada. El estupor de la calma tras la tempestad. La vida, desbordante de sensaciones, que se detiene sin avisar. La muerte inesperada del espectáculo. La nada tras el todo que siempre nos pilla desprevenidos y  nos aturde.
         Un suave foco anaranjado que nace en la parte alta de la carpa realza la extraordinaria melena de un orgulloso león solitario sentado en el centro de la pista, sin jaula, sin domador, libre. De las gradas más altas sale algún suspiro, hay mucha carne por medio. En los palcos que rodean la pista se huele el desasosiego, de hecho apesta. El león gira su cabeza a izquierda y derecha, paseando su mirada por todo el anfiteatro. Con la sobriedad de quien se sabe observado por cientos de ojos, se incorpora y comienza a rodear la pista lentamente. Pese al silencio, sus pisadas sobre la arena son mudas, delicadas. En cada momento, con su cabeza agachada parece estar reflexionando sobre cual va a ser su siguiente movimiento, su actuación. La luz del foco se mueve a la misma velocidad que el animal, ni lo persigue ni se anticipa, ambos parecen estar sincronizados como el tic y el tac de un reloj ajustado con perfección metronómica. Cuando su posición alcanza las seis vuelve a levantar su cuidada melena.
         —¿Asustados o sorprendidos? —Ahora se sienta con elegancia y hace un gesto de desdén con la cabeza—. ¡Oh, un león que habla! Esto es el circo, señoras y señores. Aquí todo es posible y real, lo acaban de ver, no hay ningún truco. Aunque para serles sinceros he de confesar que el número de los faquires es una falacia, nunca me ha gustado por la tristeza que lleva implícita. No, no se trata de ningún tipo de espada con el filo retráctil, la respuesta es más sencilla, no tienen dentro de su cuerpo nada que se pueda romper. Ni siquiera son verdaderos faquires venidos del misterioso Oriente, uno es de Albacete y el otro…, creo recordar que lo recogimos entre las calles de Cartagena. Son víctimas, tan sólo dos víctimas más de las muchas que ese sistema creado por humanos y para humanos va dejando tiradas por el camino después de haberles robado hasta las entrañas. Porque el circo, el verdadero circo no está aquí dentro. Aquí todos asumimos que somos actores que durante dos funciones diarias exhibimos lo que con mucho esfuerzo practicamos a lo largo del año, pero no es más que nuestro trabajo. Señoras y señores, la vida, su vida, ese es el verdadero circo del mundo. Ustedes vienen aquí para olvidar que son los auténticos payasos de los que unos pocos, y esto sí que tiene realmente gracia, elegidos por ustedes, nunca han dejado ni dejarán de reírse. ¿Cómo lo llaman? ¡Ah, sí, democracia! La inventaron los griegos cinco siglos antes de nuestra era y desde entonces no han sido capaces de crear nada mejor. ¡Brillante!
—Vienen aquí y se les corta la respiración cuando Melinda, la trapecista, suelta su balancín y sin red se lanza a un vació al que todavía, Christian, su portor, tardará en llegar. ¿Pero qué hacen ustedes con sus vidas? No quiero ni imaginar la profundidad de ese vacío cuando, con los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción, se lanzan a él estampando su firma sobre una batería de papeles que les mantendrá hipotecados durante por lo menos veinte años. ¡Veinte años! Y no son capaces de ver todos los que nunca llegan al final, a los brazos del portor, y destrozan, y arrastran en ese destrozo, su vida y las de cuantos les rodean. Eso sí que da vértigo. Y lo ignoran, y se sienten seguros cuando, al atravesar la doble puerta de seguridad del banco, lo que hacen es entrar en la jaula de los verdaderos depredadores; y esos, señoras y señores, no son como mis primos, los tigres que acaban de ver, a los nuestros no los hemos domesticado, ha bastado con hacerles entender el placer de conformarse con lo que necesitan. Los suyos, esos carniceros de corbata, siempre tienen sitio en el estómago.
—No, no me olvido del equilibrio, de ese fino alambre sobre el que pretenden construir sus vidas. ¡¡André, eres un aficionado!! ¿No se lo he presentado? Es nuestro equilibrista, ha invertido todos los días que contienen veinte años hasta poder llevar en los extremos de su barra a sus dos hijos bajo la atenta mirada de su mujer. Ustedes les superan. Un chapucero romance de verano, cuatro WhatsApp con faltas de ortografía y ya caminan juntos. ¡Bienvenida la eternidad! Y después, a cualquier mancha le adjudican el mismo precio. Qué más da si son unas gotas de café sobre el mantel, que por cierto es de plástico; o los restos de un carmín, cuyo número no conocemos, en el cuello de la camisa. Al fin y al cabo el otro siempre ha sido un desconocido y de los niños se han ocupado los abuelos. ¡Crac, se rompió el alambre!
—Por cierto, Raimón y Jordi son íntimos, los recordarán lanzándose cuchillos en medio del desbarajuste de la pista. Cada uno tiene a su mujer a su espalda, cada una es la que sí ve llegar las puñaladas del mejor amigo de su marido. ¡Ah, la amistad! Aquí funciona. Sí, no me miren con ese sarcasmo, la amistad existe y se considera un valor; pero en su circo, en el de su vida, todos los valores cotizan en bolsa. En la próxima función no se fijen en la trayectoria de los cuchillos, nunca fallan porque la amistad es sincera. Observen la confiada mirada que cada una de las mujeres dedica al amigo de su marido, que también es su verdadero amigo, y no se pregunten si ustedes expondrían a su mujer a semejante riesgo, miren más adentro y háganse la pregunta correcta: ¿estarían preparados para lanzar los cuchillos?
Pero ustedes no han pagado entrada para aguantar el discurso de un león, quieren espectáculo, siempre quieren espectáculo. No obstante la función terminó antes de que yo llegara, la orquesta hace mucho tiempo que se marchó. Si se sienten defraudados pueden pedir el reintegro de su billete a la salida.
Ahora son ustedes los actores, el verdadero espectáculo está fuera, salgan y continúen con su vida, nosotros también andamos por la calle y nos gusta ver su circo, no nos decepcionen.

Oscar da Cunha
15 de abril de 2015

Musica: Le Grande Parade Du Cirque  Jean Laporte

domingo, 12 de abril de 2015

COMME UN P'TIT COQU'LICOT, MON ÂME!

            Dejé de visitarla el día que empezó a confundirse y por confundirme la vi sufrir. El día en que la primera lágrima de sangre tuvo la insolencia de atravesar la barrera del tiempo que habíamos pactado y, asomándose por uno de sus ojos, se deslizó hasta su boca aprovechando aquella arruga que conectaba el retrato de lo amado, embalsamado en blanco y negro, con esa hipnótica melodía que, en el pasado, ella convirtió en contraseña para acceder al escondite rojo y más secreto del jardín de su alma. Comme un p'tit coqu'licot, mon âme!
         Siempre me gustó que me contara, cuando aún podía contar sabiendo que lo contado era el cuento que la vida le regaló. Cuando tras los pétalos del ababol ella todavía encontraba la cara de él, su voz y el tacto de su mano sobre una piel condenada, como la de todo lo bello, a convertir ese líquido que empuja el corazón en vinagre hasta transformar la piel en pergamino. Cuando sus labios no habían olvidado el sabor de la ambrosía que determina en eterno al ser amado, porque la inmortalidad no es patrimonio de los dioses sino de los humanos que aceptamos amar antes de ser correspondidos.
         De ella aprendí que no aparece el amor si no se acepta la amargura, porque es sólo por amor que merece la pena sufrir, y lo demás no es sufrir, son dolores del cuerpo y éste no es más que estructura encarnada que hace visible el sentimiento. Y no voy a contaros su historia, la que tantas veces me repitió, porque  la quiero toda para mí y, egoísta, temo en el relato perder algunos pétalos que me confió para que en mi corazón no se marchitaran. No voy a contaros que se conocieron cuando se recoge la uva, y entre las cepas ya desnudas de fruto ella desnudó el suyo para él. Porque el del alma… ¡Ay el alma!, ese se lo regaló con la primera mirada, la que llegó días antes del primer beso, el que todavía no se ha entregado con los labios.
         No voy a contaros que en soltería abandonó su pueblo por seguirlo a él, y por seguirlo aceptó atravesar el fino velo de la convivencia ya rasgado por los sables que probaban su filo, ese filo que no entiende de personas cuando la palabra guerra delata la falta de lo poco de civil, que por extraño conjuga con civilizado, esconden las intenciones. No, no voy a contaros que casaron solitarios en país extraño, ¿para qué la compañía si ésta nunca se implica en la promesa?
         Y no voy a contaros que en soledad, después, le esperó convencida de que nunca volvería a sentir con la piel, porque hay un lugar del que los cuerpos no regresan, pero el alma tiene suerte porque el tirano no entiende de almas y se conforma con el cuerpo. Y en alma… ¡Ay el alma!, en ella nunca faltó su aliento ni su calor, y en la tristeza encontró la felicidad que le acompañó hasta cerrar los ojos cuando abrió su mirada hacia la eternidad.
         Y vi que le envejeció el alma, y en mi última visita desperté del sueño donde ya no me contaba y me cantaba porque me confundió. Pero yo no soy él aunque lleve su sangre y preferí la ausencia que decidí no volver a soñar. No se merece esa lágrima, esa lágrima roja, mon petit coquelicot.

Dedicado a Marie-Thérèse.
Oscar da Cunha
12 de abril de 2015

Versión de Leila Bekhti.

Le myosotis, et puis la rose,
Ce sont des fleurs qui dis'nt quèqu' chose!
Mais pour aimer les coqu'licots
Et n'aimer qu'ça... faut être idiot!
T'as p't'êtr' raison ! seul'ment voilà:
Quand j't'aurai dit, tu comprendras!
La premièr' fois que je l'ai vue,
Elle dormait, à moitié nue
Dans la lumière de l'été
Au beau milieu d'un champ de blé.
Et sous le corsag' blanc,
Là où battait son coeur,
Le soleil, gentiment,
Faisait vivre une fleur:
Comme un p'tit coqu'licot, mon âme!
Comme un p'tit coqu'licot.

C'est très curieux comm' tes yeux brillent
En te rapp'lant la jolie fille!
Ils brill'nt si fort qu'c'est un peu trop
Pour expliquer... les coqu'licots!
T'as p't'êtr' raison ! seul'ment voilà
Quand je l'ai prise dans mes bras,
Elle m'a donné son beau sourire,
Et puis après, sans rien nous dire,

Dans la lumière de l'été
On s'est aimé ! ... on s'est aimé!
Et j'ai tant appuyé
Mes lèvres sur son coeur,
Qu'à la plac' du baiser
Y avait comm' une fleur:
Comme un p'tit coqu'licot, mon âme!
Comme un p'tit coqu'licot.

Ça n'est rien d'autr' qu'un'aventure
Ta p'tit' histoire, et je te jure
Qu'ell' ne mérit' pas un sanglot
Ni cett' passion... des coqu'licots!
Attends la fin ! tu comprendras :
Un autr' l'aimait qu'ell' n'aimait pas!
Et le lend'main, quand j'lai revue,
Elle dormait, à moitié nue,
Dans la lumière de l'été
Au beau milieu du champ de blé.
Mais, sur le corsag' blanc,
Juste à la plac' du coeur,
Y avait trois goutt's de sang
Qui faisaient comm' un' fleur :
Comm' un p'tit coqu'licot, mon âme!
Un tout p'tit coqu'licot.

sábado, 4 de abril de 2015

EL DESEO

Es un lugar de la vida de cuyo nombre nadie debería olvidarse.

—Padre, vengo a que me absuelva de todos los pecados de los que no me arrepiento.
         Arrodillado ante la celosía del confesionario no pudo evitar que sus palabras se quebraran, que sus ojos se llenaran de ira y la venganza oculta continuara apretando sus grilletes con ansiedad.
         —Lo siento, has elegido un mal momento —sonó una voz en el interior—. Yo no soy el cura, soy el pintor y he venido para barnizar la madera.
         —Ni yo soy creyente, padre, soy su hijo.
         Un asombrado individuo en el que resultaba imposible apreciar el fondo blanco de su buzo de trabajo y por cuyo colorido amasijo de manchas se pagaría una fortuna en cualquier galería de arte abrió la puerta y salió del confesionario. Se quitó la gorra y, mesándose las tres canas que aún conservaba, miró al muchacho que continuaba arrodillado sobre el reclinatorio.
         —No sé que te habrás metido, chaval; pero esto es la iglesia del pueblo, yo sigo soltero y nunca he tenido hijos.
         —¿Y los alivios qué? —preguntó el joven poniéndose en pie.
         —Pues como todos los de por aquí —saltó encogiéndose de hombros—. Al Gallo Rojo, el que está en la curva de la carretera con el letrero luminoso. Allí las hembras…
         —Me refiero al otro tipo de alivio. ¿Se acuerda de la Marimar?
         —¡Y quién no! —Su rostro se inundó de nostalgia—. Tenía encandilado a todo el pueblo y no por ser la hija del alcalde. ¡Cómo la recuerdo cuando…
—Usted estaba loco por ella, la miraba y no sólo la miraba, la desnudaba con la imaginación mientras…, ya me entiende, ¿o con la mano sólo se dedicaba a sacudir los pinceles?
El pintor inauguró una cómplice sonrisa con la que no consiguió la implicación del muchacho.
—¿Y qué tiene eso de especial? Estaba prendado de ella y me consta que yo tampoco le resultaba indiferente, pero me faltó la determinación y después…
         —El deseo, padre. Antes y después, siempre estuvo el deseo.
         —¡Yo nunca la toqué!
         —No fue necesario; y tiene razón, padre, usted no le resultaba indiferente. La fuerza del deseo es muy poderosa y entre ambos la hubo. El deseo quizá sea la energía más intensa del universo, desarrolla la ilusión hasta traspasar sus confines y es capaz de crear lo más maravilloso que existe, la vida. Porque el deseo y su resarcimiento forman parte de la naturaleza humana. Pero el deseo sufre si se ve obligado a sobrevivir aislado de la voluntad y ante la ausencia de ésta se produce una mutación, un estado aturdido de la conciencia emocional que conduce a la frustración, y por eso nací yo.
         —Todo eso es absurdo, entre la Marimar y yo jamás pasó nada.
         —Porque no se supo manejar el deseo y se despreció la voluntad.
         El joven asió con deferencia los hombros del pintor y lo sentó en la primera fila de bancos de la iglesia. Él se dejó hacer y su mirada retrocedido tres décadas.
         —¿Qué sabrás tú del deseo? —comenzó, sacudiéndose un color de su buzo de trabajo—. Sólo hablas de conceptos, de ideas, filosofía barata. Yo sí sé lo que significa el deseo; cuando las entrañas se te comprimen al mirar a la persona amada, cuando todo cuanto te rodea, el trabajo, los amigos, los pequeños placeres cotidianos, quedan envueltos en la apatía sin su presencia. Cuando la sola mención de su nombre es al mismo tiempo un bálsamo combinado con el más agrio de los licores. Soñar no sirve, porque el sueño se convierte en una infinita espiral de pesadilla en cuyo centro se encuentra la decisión, esa decisión a la que sabes que nunca vas a llegar. El deseo te atormenta y al mismo tiempo gracias a él logras la única razón para sonreír; por si te tropiezas con ella o por no hacerlo, por si camina sola o por si va acompañada, por si esta vez vas a dar el primer paso o esperarás a la próxima ocasión; y cuando te das cuenta de que la oportunidad adecuada siempre va a ser la siguiente o la que continuará a esa siguiente, entonces sabes que nunca llegará. Pero el deseo no desaparece y se convierte en obsesión, y la obsesión puede conducir a la locura. Los años empezaron a pasar, estériles entre nosotros, temí que otro se la llevara y por eso la maté.
         Se llevó las manos a la cara para intentar ocultar una desesperación que atravesaba la piel y los huesos; aún así, en el barniz que cubría sus dorsos, volvió a aparecer. Una desesperación que iba más allá de la carne y del paso del tiempo.
         —No sufra, padre. Usted no la mató, sólo fue mi herramienta para cortar los latiguillos de los frenos del coche con el que le robé la vida en la curva del Gallo Rojo. Yo soy el verdadero asesino, pero el alcalde siempre sospechó de usted, también me encargué de eso. Y a su próspera empresa de pinturas, la mayor de toda la región, cada mes le fueron cancelando más contratas, nunca sale gratis desear y serlo a la vez por la hija de un alcalde bien relacionado y no tener voluntad, huele a desprecio y venganza. Pero con usted he sido más clemente, la frustración necesita por lo menos un progenitor para sobrevivir; por eso le he convertido a usted, padre, en lo que es ahora, un borracho amargado al que justo le encargan alguna chapuza capaz de pagar el vino barato con el que intenta olvidar el pasado, ese pasado tornasolado por el deseo.
         —¿Y por qué buscas mi perdón si ahora tampoco te arrepientes de lo que has conseguido?
         —Porque la frustración tiene fecha de caducidad y yo quiero permanecer, y tal como nace, se alimenta del deseo, por eso no quiero que usted olvide. Porque perdonar cicatriza las heridas y ayuda a asumir las limitaciones que nos convirtieron a cada uno en lo que somos. Ya ha sufrido bastante, padre, perdonarme será para usted la esencia de la aceptación con la que renunciará al abandono del deseo, sólo pretendo desahogarle de su culpa y mantenernos juntos en el recuerdo de lo que pudo ser, en un nítido deseo.
         —¡Jamás te perdonaré! —gritó el pintor—. De la misma manera que yo también soy incapaz de absolverme por lo que hice. Tú destruiste mis más puros sentimientos, tú me empujaste a cometer el más repugnante de los delitos, el homicidio del ser amado. Alimentaste mi indecisión, convirtiendo lo que pudo ser en devastación y de ella vives. ¡Morirás conmigo!

Sonrió al traspasar la puerta de la iglesia, cuando acababa de dejar a padre preparando en torno a su cuello la cuerda con la que había decidido ahorcarse.

La frustración no se conforma con la obsesión ni la locura, es como el veneno de la serpiente que también se alimenta de la venganza y se aprovecha de la traición a los propios deseos, ese engaño que consigue convertir al individuo en un ser autodestructivo. La traición subsiste eternizada con la muerte y por eso la busca, como el mal siempre acecha al más débil.

El deseo es la sublimación del sentimiento, y como tal sólo se relaciona con la vida.


* Imagen: alto-relieve “Le Désir” – Aristide Maillol (Musée d´Orsay – París)

Oscar da Cunha

4 de abril de 2015